BIO

Nace en 1945, en una tierra mítica y sedienta, cerca de Cádiz. Antiguo alumno de la Escuela de Arte y Oficios de Sevilla, se instala en las estribaciones de los Pirineos, en el departamento frances de L'Ariège - hace treinta y cinco años.
Jesús Aparicio Mantero esculpe el acero, tras una trayectoria compleja y lógica. En primer lugar, el dibujo y la pintura ocupan su atención y rápidamente la pasión por el metal le invade. Cuadros y bajorrelieves se suceden enardecidamente, trabajos con el cincel y el martillo, patinados con la llama del soplete en metales de dureza creciente: cobre, latón y acero. 

En este punto, la exploración artística del metal plano parece agotada y se libera expresándose en las tres dimensiones. Liberado de toda influencia académica, el otrora grabador empieza una lucha apasionada con el metal, sin artificios, armado simplemente con el mismo cincel, martillo, pulidor y soplete. De este potente y perpetuo trabajo de atleta, basándose en sus esquemas y dibujos visionarios, surgen los ejemplares únicos de obras fuertes, estilizadas, armoniosas, extrañas y diversificadas. El artista transmite sus conceptos y emociones a la materia densa y adusta. A veces las realza con latón dorado o con cristal. Sus esculturas, de temática múltiple, se estiran, arquean, se hacen esbeltas, se recogen; colores pardos, irisados, texturas pulidas; siluetas perfectas o sugeridas, músculos con facetas o vacíos, caras estilizadas, interpelan la luz y la mirada de coleccionistas alemanes, andorranos, ingleses, españoles, franceses y suizos. Fuente de gozo visual y emoción intensamente renovada. 

APROXIMACIÓN AL TRABAJO ESCULTÓRICO DE JESÚS APARICIO
¡Qué difícil para un niño de extracción humilde, la España de 1945 cuando nace Jesús Aparicio Mantero en Tarifa, en la provincia de Cádiz!
Las heridas de la guerra civil están presentes y sangrantes. Se vive suspendido en el vacío y en Andalucía, de manera más despiadada, debido a la resistencia que el pueblo ha opuesto a los ejércitos anticonstitucionales.
En ese cuadro sórdido, sin horizontes, de caminos cortados y de grandes precipicios intelectuales, se forma Aparicio en las Escuelas de Maestría de Huelva y Sevilla.
Junto con miles de campesinos sin tierra, artesanos en paro, artistas censurados, intelectuales humillados o vetados, emigra allende los Pirineos después de una estancia en Barcelona.
Es en Francia donde fija su residencia y comienza a rumiar los recuerdos de una infancia andaluza diluídos por el hambre, pero latentes y vivos en millones de pensamientos.
Ya adulto desarrolla su capacidad creadora y su potencial artístico para transformar la propia Naturaleza en Arte; instalado en un paisaje diametralmente opuesto al de sus orígenes, como es el departamento francés de l'Ariège.
Aunque artista autodidacta, recurre a los clásicos para dar forma a sus cuadros, bajos y medios relieves realizados en cobre, latón o acero; en la primera fase de su quehacer creativo.
Las formas que venía plasmando a golpes sobre el metal, decide sacarlas un buen día de la prisión del plano y liberarlas con la tercera dimensión. Fiel a la Naturaleza y su amor a ella, intenta establecer la ambigüedad de lo humano y la sinceridad de su inspiración con los rasgos maestros de sus esculturas.
En un período relativamente corto de tiempo, ha realizado una extraordinaria labor de creación artística donde parece buscar como objetivo primordial la respuesta a su propia existencia.
Halla en la mujer la fuente principal de su inspiración, plasmando la esencia femenina con delicadeza, con maestría estremecida y con una sensibilidad que va del erotismo a un papel de rasgo social más trascendente.
Ha expuesto en Francia y en España y gran parte de su obra ha sido adquirida por coleccionistas de todo el mundo. Mientras, él continúa su labor de búsqueda por el universo de la belleza humana, dejando aparcados en el olvido los aspectos que mienten, el amaneramiento o el preciosismo inexpresivo, para adentrarse en la línea que le marca la propia naturaleza, gestada en su imaginación donde la hace conmensurable dentro de su espacio vital y de su propia angustia espacial.
Las esculturas de Aparicio, más que la materialización de lo absoluto, son relámpagos de comprensión del propio medio, descubiertos e influidos por sus vivencias andaluzas.
Su obra no se ajusta a cánones académicos que puedan en el momento actual clasificarla dentro de ninguna escuela o tendencia escultórica.
En el conjunto creativo de Aparicio, el denominador común es un hálito de colorido autóctono, de sueño mediterráneo sin intención moralista y lejano a las pretensiones de una falsa ilustración o intelectualismo trasnochado.




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